Nací, aunque uno de eso nunca se acuerda, en Bilbao. Allí mi padre, malagueño, trabajó como emigrante interior durante dieciséis años. Estas líneas que continúan la historia son sólo un relato subjetivo que pretende no ser engañoso, y poco más…
Mi padre siguió trabajando en la construcción, primero como albañil y luego como encargado de obra, de acá para allá hasta jubilarse. Pero mi madre, que se ahogaba por no ver el cielo de Andalucía durante los años que vivieron juntos en el Norte hasta enfermar, volvió al sur y nos devolvió a mi hermano y a mí a su Málaga de origen cuando ambos éramos aún niños pequeños...
Sí que me acuerdo de aquel viaje en tren que duró un día completo. Recuerdo cómo miraba por la ventanilla el paisaje que se reflejaba como una película que marcaría, quizá, mi afición por el cine y los viajes. Tuve tiempo sobrado, cuando aquella madre se adormilaba con su niño más chico sobre sus piernas, tan sola sin el padre de sus hijos en el tren de aquellos años, para transitar por los vagones de segunda y tercera clase. Vagones como contenedores extraños llenos de hombres de piel morena que hablaban de otra manera, lejos de los coches-cama y del vagón restaurante. Supongo que transité por aquellos vagones que no dejaban de traquetear como si fueran a soltarse, emocionado e inquieto, como quien habita una metáfora del tren de la supervivencia,el tren en el que habría de subirme años más tarde…